«Hay valores basura colonizando nuestras mentes que nos enferman»

Cubierta y retratado del autor

Johann Hari, escritor y periodista

Esther Peñas

Conexiones perdidas (Capitán Swing). Con este título el periodista y escritor anglosuizo Johann Hari explica, a través de su propia experiencia y de una escucha atenta y heterodoxa, de qué modo revertir la depresión. Sin desmerecer a los fármacos, que alivian y dan cobertura al daño biológico, la clave está en perder el miedo a saber qué causa la depresión. A detenernos, entre tanto estímulo, y escucharnos. Se trata, a la postre, de reestablecer la conexión perdida de uno consigo, de uno con el otro, de uno con la naturaleza. 

¿No hay ni siquiera una disposición biológica para la depresión, su causa es enteramente externa?

Durante la mayor parte de mi vida ha habido algo que siempre me había intrigado, el hecho de que la depresión y la ansiedad no paraban de aumentar en el mundo occidental, incluida España. Quería entender por qué nos está pasando esto, por qué a muchos de nosotros nos resulta tan difícil sostenernos.

Quería entender esto por una cuestión más personal. Cuando era adolescente, fui a mi médico porque tenía la sensación de que el dolor me sobrepasaba, no podía controlarlo, y eso a su vez me avergonzaba. Mi médico me contó una historia que, aunque muy simple, albergaba una verdad, me explicó que la gente se siente así a veces simplemente por un desequilibrio químico natural, por lo que un medicamento podía corregirlo.

Me recetó un antidepresivo llamado Paxil. Y, pese a que me sentí mucho mejor durante un tiempo, la depresión regresó. Así que me administraron dosis cada vez más altas. Durante 13 años estuve tomando la dosis máxima, aunque el dolor persistía. ¿Cómo era posible aquello?

Así que terminé haciendo un viaje de 40.000 millas para encontrar respuestas. Entrevisté a los principales expertos científicos y a personas de distintas latitudes que pasaron por una depresión. Aprendí que hay evidencia científica de nueve factores que conducen a ella. De hecho, dos están en nuestra biología: los propios genes, más proclives a padecerla, y cambios cerebrales que dificultan encararla. El profesor Avshalom Caspi hizo un estudio genético masivo y descubrió que algunas personas tenían un gen, el H5N1, que las hacía más vulnerables a la depresión, pero solo tenían más probabilidades de deprimirse si experimentaban soledad o abuso infantil. Si no lo hacían, no tenían más probabilidades de deprimirse que cualquier otra persona. Por lo tanto, sus genes pueden hacernos más vulnerables, pero no nos determinan por sí mismos. 

Pero la mayoría de los factores que causan depresión y ansiedad no están en nuestra biología. Por ejemplo, si alguien se siente realmente solo, es mucho más probable que se deprima. Si está controlado en el trabajo, es mucho más probable que se deprima. Si no interactúa con la naturaleza, es mucho más probable que se deprima.

Estos son factores que se dan en nuestra vida y, una vez que los entiendes, es más fácil lidiar con ellos.

Al igual que sabemos cuáles son nuestras necesidades físicas (comer, tener un hogar, disponer de agua, de aire, por ejemplo) sin cuya satisfacción nuestra calidad de vida merma, también hay una serie de necesidades psíquicas: sentido de pertenencia, sentir que tu vida tiene sentido. Y nuestro sistema de vida no ayuda a satisfacerlas.

Una gran parte de mi libro se pregunta cuáles son las necesidades psicológicas insatisfechas que impulsan gran parte de esta epidemia de depresión y ansiedad, para después analizar cómo podemos empezar a construir una cultura que las satisfaga.

Estas necesidades psicológicas insatisfechas nos deprimían y angustiaban antes de esta crisis. Luego nos aislaron aún más: literalmente tenemos que quedarnos en casa para evitar que le virus se propague. Estoy a favor de esas medidas, pero hace que esta situación sea aún más dolorosa. Este dolor debería enseñarnos lo que realmente necesitamos y cómo queremos vivir cuando termine esta crisis sociosanitaria.

Detrás de este exceso de medicación están, claro, las farmacéuticas. Me pregunto si hay algo más que el factor económico en ellas.

Los antidepresivos químicos tienen cierto valor. Alivian a algunas personas. Para cualquiera que los tome, si le están ayudando, mi consejo es que siga tomándolos. Estoy a favor de todo lo que funcione.

En el año 2000, un psiquiatra sudafricano llamado Derek Summerfield se encontraba en Camboya realizando una investigación sobre los efectos psicológicos de las minas terrestres sin detonar, en un momento en que los antidepresivos químicos se comercializaban por primera vez en el país. Los médicos locales no sabían mucho sobre estos medicamentos, por lo que le pidieron a Summerfeld que se los explicara. Cuando terminó, le dijeron que no necesitaban estos nuevos productos químicos, porque ya tenían antidepresivos. Desconcertado, Derek preguntó sobre esto, esperando que le remitieran a algún remedio herbal. 

Le contaron una historia sobre un tipo que trabajaba en los arrozales y que un día pisó una mina terrestre y perdió su pierna. Le colocaron una prótesis y volvió a trabajar. Pero volver al lugar donde explotó la mina le causaba una profunda ansiedad, y se deprimió. Los médicos y sus vecinos, después de escucharle, se dieron cuenta de que tal vez si cambiaba de trabajo y de lugar de trabajo su salud mejoraría. Y así fue. Le compraron una vaca. Su vida cambió. Los médicos camboyanos le dijeron al doctor Summerfeld: «Verá, doctor, la vaca era un antidepresivo».
Solo si se entiende la causa de la depresión puede curarse. 

¿Cómo vivir dentro del sistema sin volverse loco, sin perder la salud?

Entendiendo las causas de nuestro problema y ocupándonos de ellas juntos.

Les daré un ejemplo, aunque hay muchos en el libro. Somos la sociedad más solitaria de la historia de la humanidad. Un estudio reciente preguntó a los estadounidenses: ¿cuántas personas te conocen bien? La mitad de ellos dijo: nadie. No está tan mal en España, pero está empeorando la situación. Pasé mucho tiempo con un profesor, John Cacioppo, en Chicago, experto mundial en soledad. Me dijo: ¿por qué existimos? Una de las razones es que nuestros antepasados en las sabanas de África eran realmente buenos en una cosa. No eran más grandes que los animales que derribaron; no eran más rápidos que ellos; pero eran mucho mejores para unirse en grupos y cooperar. Al igual que las abejas evolucionaron para vivir en una colmena, los humanos evolucionaron para vivir en una tribu.

Somos los primeros humanos en tratar de disolver nuestras tribus.

Pero hay una solución. Uno de mis héroes es un médico llamado Sam Everington, un médico de cabecera en una zona pobre del este de Londres, donde viví durante mucho tiempo. Tenía muchos pacientes que acudían a él con depresión y, al igual que yo, no se opone a los antidepresivos químicos, pero pudo comprobar que eran inocuos para muchos de sus pacientes.

Entonces decidió probar algo diferente.

Una de sus pacientes, Lisa Cunningham, había estado encerrada en su casa con depresión y ansiedad paralizantes durante siete años. Sam, aparte de sus medicamentos, le recetó algo más. Detrás de la consulta, había un descampado. Le pidió que saliera a pasear por él y se reuniera con la gente que encontrase allí, y buscasen la manera de hacer algo juntos. La primera vez que el grupo se reunió, Lisa estaba enferma físicamente, pero el grupo decidió que construirían un jardín. No tenían ni idea de jardinería, pero leyeron, vieron vídeos, y metieron sus manos en la tierra, aprendieron los ritmos de las estaciones. Comenzaron a formar una tribu, a preocuparse el uno por el otro. 

Cuando el jardín comenzó a florecer, ellos también lo hicieron. 

Lo que me enseñó la depresión es que hay que salir de uno mismo para ser un nosotros. 

De las nuevas causas que usted argumentas como explicativa de la depresión, ¿cuál es la peor de todas, las más insalubre?

No los clasificaría de esta manera: diferentes personas encontrarán que algunos de estos factores influyen más que otros en sus vidas. Pero, para mí, hubo un factor que me ayudó a cambiar. Todo el mundo sabe que la comida basura se ha apoderado de nuestras dietas y nos ha enfermado físicamente. Pero también hay «valores basura» colonizando nuestras mentes que nos enferman.

Es obvio que si uno cree que es lo que tiene, se frustrará. Esto también lo ha demostrado, entre otros, el profesor Tim Kasser, que relacionó la depresión con la ansiedad de vivir la vida desde el consumo y el estatus. Vivimos en un sistema diseñado para hacer que descuidemos lo que es importante en la vida. Nos bombardean constantemente con mensajes que nos dicen que busquemos la felicidad en los lugares equivocados.

El profesor Kasser hizo un experimento en el que logró que las personas se reunieran, con cierta periodicidad, para hablar sobre momentos en los que habían encontrado significado y propósito en sus vidas. Para algunos, era tocar música o correr en la playa con sus hijos. Esta experiencia condujo a un cambio significativo en los valores de las personas. 

Algunas de las cuestiones sobre las que usted reflexiona requiere una conciencia que no solemos tener, ¿este mirar hacia otro lado a qué se debe, a pereza, a miedo, a incapacidad?

¡Definitivamente no es pereza o incapacidad! Se nos ha contado una historia sobre nuestra angustia que es demasiado simplista. Se nos ha enseñado a pensar en nuestro dolor como un mal funcionamiento, como un fallo en nuestro sistema. No lo es. En realidad, tu dolor tiene sentido. Es una señal. Nos está diciendo qué va mal. En lugar de suprimir esa señal, debemos escucharla.

¿Por qué se produce ese terror extremo al dolor?

¡Porque el dolor es terrible! Debemos tener miedo al dolor. No defiendo que debamos tolerarlo, sino que debemos comprender qué lo causa, para poder erradicarlo.

De las mentiras entorno a la depresión, ¿Cuál es la más perversa de todas?

No usaría la palabra «mentiras», porque ese término implica deshonestidad deliberada, y creo que la gente que se equivoca actúa de buena fe. Nos hemos desconectado de la comprensión de nuestro dolor. Te hablaré del doctor Vincent Felitti, que trabaja en San Diego, California. Atendía a paciente obesos, tremendamente obesos. Tuvo la idea de que sus pacientes dejaran de comer y vivieran de las reservas de grasa que habían acumulado en sus cuerpos, con suplementos nutricionales controlados, hasta que tuvieran un peso normal. Así fue. Pero entonces sucedió algo extraño. Muchos de los pacientes, al recuperar un peso normal, en vez de estar felices, cayeron en una depresión brutal, o pánico o rabia. Algunos de ellos trataron incluso de suicidarse. La mayoría, finalmente, recuperó peso. Felitti estaba desconcertado, hasta que habló con una mujer de veintiocho años que había perdido muchísimo peso. Ella le dijo que siendo obesa ningún hombre la cortejaba, pero sí cuando perdió peso, algo que la incomodó. Felitti se dio cuenta de que, tras el sobrepeso, muchas veces hay una historia de abusos sexuales. Parece que la obesidad es el problema, y en realidad es la solución a otro problema mayor. 

Hablar de ello cura, liberas tu vergüenza. 

La sexta causa que usted analiza es la desconexión del mundo natural. Freud aseguró que a mayor civilización, mayor neurosis. Lo delirante es que el sistema capitalista ofrece productos «naturales» que no son sino meros artificios…

¡Tienes razón! Una rana puede sobrevivir en tierra, simplemente será miserable. Los animales sacados de sus hábitats naturales en los zoológicos no mueren, pero son miserables. Los seres humanos necesitan el mundo natural. Es nuestro hábitat. Existe mucha evidencia de que la desconexión de la naturaleza causa depresión y ansiedad, y estar en el mundo natural las reduce.

Puesto que nuestra salud depende de la interrelación de nosotros con el mundo, ¿qué lugar ocupan los otros, y las relaciones sanas con los otros, en nuestro bienestar mental?

¡Son imprescindibles! Cuando estés en tu lecho de muerte, no pensarás en todos los zapatos que compraste ni en todos los me gusta que recibiste en Facebook. Pensarás en momentos de amor, significado y conexión. Estar privado de esos factores causa un dolor profundo.

De alguna manera, parece que la ansiedad y la depresión que muchos de nosotros estamos sintiendo en esta pandemia son una ilustración de las tendencias más profundas sobre las que escribí en este libro, Conexiones perdidas.

Otro mundo, ¿es posible?

¡Por supuesto! Y, como se cuenta en el libro, está en ese.